La pimienta fue antaño considerada un bien tan valioso que durante la antigüedad se crearon rutas de viaje para importarla: los mercaderes griegos y romanos la empleaban como medio de pago y se la conocía como la reina de las especias. Los romanos pudientes acumulaban grandes cantidades de ella, atesorándola como si fuera un metal precioso, y los comerciantes de Roma pugnaron hasta hacerse con el control de la vía hacia el Mar Rojo desde Egipto a finales del siglo I D.C. La pimienta se apreciaba como símbolo de poder y masculinidad, y se empleaba tanto en la gastronomía como en preparados medicinales.
Con la caída del Imperio Romano fueron los árabes quienes se apropiaron del monopolio del comercio de especias, la pimienta llegó a considerarse un producto de lujo y los más adinerados la guardaban para hacer frente a las deudas. Durante la celebración de banquetes se pasaba en platos como señal de la prosperidad del anfitrión.
En el Medievo se crearon sindicatos de comerciantes de pimienta, fundamentalmente en Londres. Ya en el siglo XV España, Inglaterra, Francia y Holanda compitieron en largos y costosos viajes por hacerse con el control de las rutas de especias.

La pimienta se ha empleado también a lo largo de la historia como ofrenda a los dioses, ofreciéndola como pago a los favores otorgados por los poderes divinos. Se han hallado restos de esta especie en ruinas de templos romanos, las brujas de la Edad Medieval la usaban para agilizar sus hechizos y para eliminar obstáculos a sus intenciones, y curander@s de todos los tiempos la han añadido a sus recetas por sus propiedades digestivas, bactericidas y tonificantes.
Tradicionalmente se conceden a la pimienta diversas cualidades mágicas: despeja la energía negativa, protege contra ataques psíquicos y envidias, ayuda a disipar nudos legales y bloqueos emocionales, sirve para crear un escudo de protección, y quiebra maldiciones.
Para elaborar un amuleto de protección basta con llenar una pequeña bolsa de tela -o un pañuelo blanco atado a modo de saquito- con pimienta negra y blanca en grano, clavos de especia y sal. Si disponemos de ruda, podemos añadirla también para potenciar el resultado. Podemos llevarlo encima, o en el bolso, o mantenerlo guardado en un cajón en el despacho cuando el ambiente en el trabajo está muy cargado de negatividad.
Para atraer energía positiva y amorosa, y frenar a las personas conflictivas, llenaremos un tarro pequeño con miel y depositaremos dentro dos varas de canela, clavo y pimienta en grano. Si disponemos de alguna piedra como amatista, cuarzo blanco u obsidiana, es interesante incorporarlo también para aumentar la acción espiritual. Una vez cerrado guardaremos el frasco en nuestro cuarto, en un cajón o en el armario, lejos de miradas curiosas.
El recurso estrella que sirve como protección extra frente a personas indeseables, aquel que no debe faltar entre las herramientas de cualquier aficionado a la magia natural, es el Polvo Voladora, también conocido como Pimienta Voladora:
Se elabora en luna menguante, y se puede optar entre jueves, viernes o sábado en ese periodo para prepararlo. Mezclaremos a partes iguales sal marina y pimienta molida, y añadiremos luego la cáscara rallada de un limón maduro y la ceniza resultante de quemar una varilla de incienso de sándalo. Guardaremos el polvo en un recipiente de cristal con tapa, y antes de cerrarlo, debemos remover los elementos en el sentido contrario a las agujas del reloj mientras pronunciamos tres veces en voz alta:
«Por el nombre de la Diosa Madre y de Dios Padre,
que mis enemigos no puedan dañarme,
que sus lanzas no me acierten,
que sus ataques no me alcancen,
y que todo el mal que a mí me deseen
se pierda por vuestra acción todopoderosa.
Así sea. Así es.
Gracias.»
Antes de comenzar a usarlo debemos mantenerlo en un lugar oscuro, lejos de la luz solar, durante siete días y siete noches. Pasado ese tiempo se utiliza de diversos modos: podemos dibujarnos con la pimienta voladora una señal de la cruz en una de las muñecas cuando estemos en compañía de quien no nos quiere bien, o soplar un poco del polvo en la puerta de la persona malintencionada, o espolvorear una pizca en el suelo cuando se marche. Se puede repetir el gesto tantas veces se necesite, hasta que la situación mejore, y cuando lo hagamos tenemos que pronunciar, mentalmente o en voz alta si la situación se presta a ello: «Que Diosa y Dios te amparen y de mi te separen.»